Los veranos de playa pueden ser de
diferentes maneras, de forma lineal o de forma pendular. A mí me gusta más que viajar a la playa, decir que viajo al mar: corretear por la arena, un café en un
chiringuito, mirar a los bañistas, y mojarme los pies; pero me gusta más ese
movimiento pendular que no todas las visiones que te ofrecen o hacen publicidad de
él.
En Cádiz ese movimiento pendular del que
hablo es más fácil, porque de las preciosas playas puedes visitar lugares no
menos bonitos. Pueblos de cal blanca, mezclados con palacios antiguos, que
nos recuerdan que entonces la distancia entre ricos y pobres era mayor que
ahora.
Dormimos en Conil de la Frontera donde
destacaría además de su bonito casco antiguo cargado de tiendas y restaurantes,
el respeto por el dominio público con la línea de playa, sin un gran paseo
marítimo como en algunas ciudades del Levante español, con la sensación de
acceder al mar por un lugar ajeno al bullicio del pueblo mediante una zona de
arbustos, pero que luego vuelves a encontrarte con sombrillas y niños
revoloteando.
Playa de Conil de la Frontera (Cádiz)
Los alrededores del faro de Trafalgar,
como la playa de Caños, con importante turismo gay, o la playa del Palmar donde
te encontrarás con algunos famosos de la televisión en sus chiringuitos
rodeados de gran número de snobs. Algo parecido ocurre en la ciudad de Tarifa,
bonita, pero petada de gente, y snobs.
La Playa de Bolonia nos sitúa otra vez
lejos de cualquier ciudad, junto a un yacimiento romano bien conservado (Baelo
Claudia), pero nuevamente con una gran playa a rebosar de sombrillas y tiendas
de campaña para superar el viento. Aún así merece la pena su visita y subir la
duna para ver un mar de pinos.
Y en el interior, nos encontramos con
poblaciones como Medina Sidonia o Vejer de la Frontera, que son un reclamo para
el turismo más cultureta, al poder
pasear por calles llenas de un esplendoroso pasado y presente, con las que
tienes que echar mano del gps para
poder encontrar el punto del cual partiste, al sentirte en un laberinto de
paredes blancas que rezuman frescor entre jazmín y adoquines.
Vino, pescaíto frito, camarones, gente amable y diversos
tipos de turistas dependiendo del lugar al que acudas hacen de la costa de
Cádiz un lugar más que visitable.