Leyendo El Lector de Julio Verne,
de Almudena Grandes, y mientras disfruto la lectura de la estupenda escritora,
sé que aún quedan cosas por olvidar, pero que revuelven a los que recordamos
cómo nuestras abuelas nos contaron historias de la cruel guerra y posguerra,
que las heridas de aquel conflicto maldito y duradero en el tiempo, que
pudieron haberse cerrado pocos años, y que aún siguen abiertas. Y no es porque
uno se líe a buscar entre libros polvorientos o blogs que nadie lee, sino
porque aún casi 80 años después todavía se escribe como si necesitáramos saber
qué ocurrió durante aquellos días; y se debate en la radio, intentando unos
tapar con la mano el colador por debajo como si pudieran contener la
desinformación, y otros trayendo a la actualidad las historias de padres y
abuelos que aún mantienen en la retina, historias de sufrimiento, a veces
rencores y otras penas y llantos.
Me hace gracias cuando veía en
televisión a señoras de barrios altos decir que para qué habría que abrir las
fosas donde había gente asesinada durante el franquismo, que eso había que
olvidarlo, pues tan fácil como que si alguien quiere saber de su pasado tiene
derecho a conocerlo, por mucho que a los otros no les guste; o es que tiene
algo que callar señora, porque tanto recuerda el que sufre como el que hizo
sufrir.
Santa María de los Llanos (Cuenca) Al fondo la Calle Mayor.
Mi abuela Angelita me contaba que
en su pueblo no hubo guerra, que los mozos salieron al frente, y que algunos
volvieron y otros no, como si tiempo después valiera con un ojos que no ve
corazón que no siente el que algunos no volvieran, también es verdad que en
aquel entonces su novio volvió, mi abuelo Ángel. Lo peor vino después cuando
llegaron al pueblo los falangistas, y porque ella no quiso levantar el brazo al
entrar al pueblo la quisieron rapar el pelo al cero, algo que pudo evitar
pagando su padre un dinero. También recordaba cómo su hermano Pedro acabó fatal
por las palizas que le dieron en el castillo de Belmonte donde estuvo preso, “mi
hermano murió tan joven por las palizas que le pegaron los falangistas” solía
decir. Mi abuela tuvo la suerte de vivir 98 años sin problemas de memoria, y
nosotros la suerte de escucharle contarnos estas cosas; quién es usted señora
para decirme a mí que tengo que olvidar las historias que me contaba mi abuela;
creo que es un deber contarlas y recordar que hubo alguien que en su día
sufrió, y que si el que hizo sufrir no quiso escuchar que se tape los oídos,
pero a mí no me van a obligar a no contarlo.
Mientras, sigo leyendo El Lector de Julio Verne, libro
que sirve para olvidar rencores porque Almudena Grandes presenta a los
personajes con tanta humanidad, que es inevitable no empatizar con el hijo de
un guardia civil o con el mismo guardia civil.