Sentado, en el tren de vuelta a
casa, volvía solitario, entre cuatro asientos. A veces su mirada se perdía en
el paisaje industrial, que centraba sólo cuando pasaba alguna mujer caminando
por el pasillo del vagón, contoneara o no sus caderas. Escondida llevaba entre
las piernas, cogida por las manos una lata de Mahou de medio litro, que iba
bebiendo.
Era un hombre joven, de unos 35 años,
volviendo del trabajo, que podría ser de aquí o de allá, pero que trabaja aquí,
ríe aquí, sufre aquí, vive aquí.
Mientras estaba sentado frente a
él, en la composición de tres asientos del tren de Cercanías, imaginaba cómo
sería su vida, y viendo su mirada melancólica, no podía evitar pensar que al
llegar a casa no le gustaría lo que tendría. Quizás es padre de una familia
numerosa desahuciada, quizás comparta piso con otros en parecida situación, o quizás
vive solo soñando con el futuro; quizás esta noche no habrá cena especial,
quizás esta noche haya alguna fuerte discusión con las personas con las que
convive, quizás en su soledad no tendrá con quien hablar.
El tren continúa y se baja en la
última estación, en mi ciudad, y se pierde entre otras y otros tantos, con su
lata de Mahou de medio litro ya acabada, esperando a la siguiente.
Esta imagen me la encontré tras
la vuelta de ver a mis queridos amigos madrileños en una bonita mañana de 24 de
diciembre.
Fig. Interior del tren de Cercanías. Fuente: www.wikipedia.org
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