La Yeye siempre tendió a meter la pata, pero como se dice "si es que la muchacha no tiene malicia ni picardía", y en todos el pensamiento era "sí, pero lo dice a destiempo".
Se retraía por dentro cada vez que veía esas caras que la observaban como si te penetraran con la mirada cada vez que soltaba un "qué tal andamos", a un cojo, o exigir a un ciego "pero no lo ves". Y claro no lo veía. Pero también le ocurría con algunas cosas de mayor calado, como llamar al nuevo novio de una amiga por el nombre de su antiguo novio, ahí las caras eran un poema.
La Yeye es ingenua, y, cómo los todos los ingenuos, ella si algo no entiende, lo pregunta, y no se ríe sin saber de qué, como hacen el resto. El problema es cuando ante tales ingenuidades los demás se parten de risa de ella o la cortan con alguna contestación preparada, de estas maliciosas; entonces es cuando ella agacha la cabeza y analiza por qué le ocurre eso. Nunca se dio cuenta de que era tan fácil como seguir siendo como es una, pero logrando que no te afecten los comentarios de los contraingenuos.
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