31 de enero de 2010

DÍAS DE INVIERNO CÁLIDO

Al atravesar la puerta de aquel café-bar, delimitado en sus bordes por pequeñas palmeras de origen colonial, colocadas en grandes macetas blancas, una sensación de ilimitado espacio le envolvía. Al fondo, escondida por algunas columnas decoradas en pintura blanca, siempre la encontraba acomodada, con mirada triste pero a la espera de que algún día se acercara alguien a invitarla a una copa o a un café.

Llevaba un mes acudiendo al lugar, cuestiones laborales le habían hecho viajar a aquella ciudad triste pero llena de rincones de pequeñas sorpresas, y comenzó a ser un habitual. Tomaba asiento invitado por el aliento acomodador de su penumbra envuelta en humo. Ante la tristeza de aquellos ojos inamovibles, nunca al viento de la puerta abierta en días de ventisca, muchas noches mientras fumaba su último pitillo antes de dormir en la cama de aquel hotel situado dos calles abajo, pensaba en cómo podía entrar a aquella mujer que estaba haciendo estragos en su imaginación.

Una tarde antes de haber tomado la decisión, cuando entró, el alma bajó lentamente hacia sus pies, y advirtió la sonrisa de aquella mujer acompañada de una esbelta espalda.

Al volver a su ciudad nunca olvidaría cómo aquella repentina historia que surtió en su imaginación durante esos días de invierno cálido en el café-bar, se desvanecieron en tres tristes segundos, los que tardó en salir del lugar para no volver nunca más.

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