Todos los sábados, Angelín, de 10 años deseaba que el tío Pepe abriera su tiendecilla donde alquilaba los comics de El Capitán Trueno. Había que estar pronto para que pudiera alquilarle uno que no hubieras leído ya. Los chiquillos se colocaban en el banco de madera que tenía en la habitacioncilla aquella junto al mostrador y pasaban horas leyendo las peripecias de sus personajes. Cuando volvía a su casa entre los cardos que encontraba en el camino, imaginaba como luchaba contra algún enemigo junto a sus amigos Goliath y Crispin, y comentaba cuál cómic había leído con el resto de sus amigos. Aquello ocurría en 1958 en cualquier barrio de los alrededores de Madrid.
35 años después, recuerdo cómo mi madre me compraba varios cómics que vendían plastificados, como lotes que no se hubieran vendido en otros lugares. Ahí conocí lo divertidos que eran SuperLópez o Spirou, o el mítico Mortadelo, Zipi y Zape o Rompetechos, e incluso acaptaciones como los de Disney y las histlorias del Pato Donald, sus tres sobrinos y el tío Gilito, y me pasaba horas en la terraza de casa ojeándolos. Luego no tenía con quién comentar esos tebeos porque nadie más que yo los leía en mi barrio, otros niños, seguían la serie que ponían después del telediario.
Ahora los niños no leen tebeos, y muchos conocen a Mortadelo o a Axterix por las películas que en los últimos años han creado grandes productoras. ¿Qué ha pasado con el género del cómic? ¿Las nuevas tecnologías lo han ido apartando de forma natural debido a los diferentes intereses de los jóvenes de ahora? ¿existe la posibilidad de que este género se adapte a la tecnología digital?.
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